Todos estamos traumatizados
No lo digo para desanimar a nadie. Al revés, es para que sepas que tus "locuras" tienen una razón de ser y por ello, hay posibilidad de sanarlas...
Lo que está en la raíz de los síntomas de la
mayoría de personas que me consultan por cuadros de
ansiedad y depresivos, por fobias o por conflictos crónicos de
pareja, son lo que se conoce como traumas del desarrollo.
Antes que nada, ¿Qué es un trauma?
Es el
resultado de una cantidad abrumadora de estrés ocasionado frente a
la falta de recursos para lidiar con una situación. Es una herida
que queda abierta por la imposibilidad de nuestro cerebro de procesar
las emociones vividas en ese momento. Queda abierta pues se bloquea
la capacidad natural de nuestro cerebro de convertir el registro de
nuestras experiencias en recuerdos.
Es como si cuando
nos cortamos la piel, el proceso natural de cicatrización quedase
interrumpido y andásemos con una herida abierta por la vida. Cada
vez que algo apenas roce esa herida, va a doler como si estuviésemos
lastimándonos de nuevo.
Lo mismo pasa con
los traumas. Cada vez que algún aspecto de lo que nos rodea "toca" a la red de recuerdos y emociones que no han podido ser
almacenados, sentimos tanta perturbación como si la situación se
estuviera repitiendo.
Todos estamos traumatizados
Ahora, ¿Porqué digo
que prácticamente, en mayor o menor grado, todos estamos
traumatizados?
Bueno, existe la
idea muy extendida de que un trauma es el resultado de afrontar un
suceso terrorífico. Una catástrofe natural, una
guerra, una violación, son sucesos muy perturbadores, que en
efecto van traumatizar a muchas personas.
Pero... mi trabajo me ha
mostrado que no solo las situaciones que vistas desde afuera parecen traumatizantes, traumatizan. En la
mayoría de casos basta que pasen cosas aparentemente inofensivas, muy normales.
La fuente
más común de lo que en psicología se conoce como "Traumas del
desarrollo o de apego", son las experiencias tempranas de falta de
atención y conexión emocional, falta de contención, dureza, por
parte de las figuras afectivas primordiales: mamá y papá.
Traumas del desarrollo
La mayoría de
madres y padres hacen lo mejor que pueden por cuidar de sus hijos.
Sin embargo, muchas
circunstancias que hacen parte de la vida normal de las personas,
pueden dejar secuelas emocionales importantes en los niños, que un
día serán adultos y lidiarán con maneras de sentir y de pensar
disfuncionales, que les impiden relacionarse positivamente consigo
mismos y con los demás.
Hay mil cosas que
pueden presentarse durante las primeras etapas de la vida de un niño
y dejar una huella traumática:
- conflictos fuertes entre los padres,
- estrés durante el embarazo, situaciones traumáticas vividas por la
madre en su propia infancia que se reactivan con la maternidad,
- depresión de la madre desencadenada por la muerte de un ser querido,
- falta de tiempo para compartir con el niño por que hay que trabajar,
- abandono del padre o de la madre sumado al duelo que experimenta el
adulto que queda al cuidado del niño,
- enfermedad de uno de los
padres y la angustia que ello genera en el niño y
- un larguísimo etc.
¿Viste? Se trata de cosas muy normales.
El cuerpo nunca olvida
La mayoría de
personas no son concientes de la conexión que puede haber entre sus
problemas emocionales actuales y lo ocurrido en su infancia. La sabia
naturaleza, ha dotado al cerebro de la capacidad de olvidar y
disociar los eventos demasiado dolorosos, cuya conciencia le
impediría quizás a la persona el poder seguir adelante.
El problema está en
que aunque no sepamos qué pasó, porque no lo recordamos, el resto
de nuestro cuerpo nunca olvida. La imagen de un recuerdo, es solo una
parte del mismo.
En nuestro cerebro quedan grabadas las emociones,
impresiones de las circunstancias que rodearon lo ocurrido, dolores
físicos producto de la tensión vivida en ese momento, etc.
Cuando
nos encontramos de nuevo en una situación que en algo se asemeja a
la situación que hemos „olvidado“ pero el resto de nuestro
cuerpo recuerda, se detonan de nuevo los sentimientos, emociones,
dolores, que no han podido ser procesados, haciendo que nos sintamos
o comportemos de formas que no entendemos, que reaccionemos muy mal a
cosas en apariencia insignificantes, que nos enfermemos.
No valgo, me odio
Los síntomas
comunes que sugieren la existencia de un trauma del desarrollo, son
sentimientos contínuos de vacío, de soledad, de abandono. Creencias
negativas como: no valgo, me odio, nunca voy a poder ser feliz, nunca
voy a poder hacer nada bien, hay algo defectuoso en mi, se
desarrollan paralelamente con la experimentación repetida de esos
sentimientos dolorosos.
Las personas creen
con frecuencia que esa es su forma de ser, que „son así“, que no
pueden cambiar.
La buena noticia es
que el cerebro humano sano es un órgano plástico y capaz de
aprender cosas nuevas, es decir, de formar nuevas conexiones
neuronales. Esto hace posible cambiar las maneras de sentir, pensar y
comportarse, que nos hacen daño.
Una manera de
comenzar a hacerlo es recorrer el camino de sanar las heridas o
traumas dejados por situaciones ocurridas durante las primeras etapas
de nuestra vida.
Esto se logra en
primer lugar, conectando con nuestro niño interior. Internándose de
su mano en la exploración de nuestra propia historia. Si es que no
encontramos recuerdos, reconociendo en nuestros sentimientos y
patrones de reacción, al niño indefenso que un día fuimos y
rescatándole. Permitiéndole vivir una nueva experiencia, reparando
lo que se rompió, consolando, estando presentes, dándole amor y
aceptación incondicionales.
Diana Alejandra Roncancio Gómez http://psicologaentuidioma.de/
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