Entre padres e hijos
„La
primera mitad de la vida te la arruinan tus padres. De arruinarte la
segunda mitad, se encargarán tus hijos“
Dijo
hace un tiempo un sabio que conozco. Primero me pareció un chiste
cruel, pero me dejó pensando y con el tiempo empecé a verlo como una forma pesimista de
describir grandes verdades.
(Intuyo
que mi sabio sufre de pesimismo…)
Nos
lleva muchos años de lucha, quizás más de media vida el poder
procesar nuestras experiencias infantiles y de crianza, para llegar a
hacernos adultos.
Defino
la adultez como la etapa en la que asumimos la responsabilidad por
todo lo que nos pertenece y en la que podemos elegir comportarnos y
reaccionar como – o casi como- nos gustaría.
Independizarnos
de lo que nos ordenan nuestros automatismos, esos que adoptamos y
desarrollamos durante las etapas tempranas de nuestra vida.
Automatismos forjados por la presencia o ausencia de nuestros padres, por su carácter, por sus miedos, ideales, sueños aun no cumplidos, necesidades, normas, falencias, por su capacidad o quizás su incapacidad de dar amor.
Todo ello engastado en nuestra personalidad mediante los mecanismos de adaptación y de defensa que luego aparecieron en nosotros para poder integrar nuestras experiencias.
Automatismos forjados por la presencia o ausencia de nuestros padres, por su carácter, por sus miedos, ideales, sueños aun no cumplidos, necesidades, normas, falencias, por su capacidad o quizás su incapacidad de dar amor.
Todo ello engastado en nuestra personalidad mediante los mecanismos de adaptación y de defensa que luego aparecieron en nosotros para poder integrar nuestras experiencias.
Un
trabajo árduo, este de hacerse adulto.
Supone
volver a la fuente – al vínculo con nuestros padres- y reconocer
allí el origen de nuestras maneras de sentir, de pensar, de hacer.
Descubrir a qué herida abierta reaccionamos cuando nos sentimos rechazados o no queridos ante una cara seria, ante un comentario desprevenido de nuestra pareja, ante una crítica de nuestro jefe o por la mirada del transeúnte amargado que nos perturba profundamente.
Descubrir a qué herida abierta reaccionamos cuando nos sentimos rechazados o no queridos ante una cara seria, ante un comentario desprevenido de nuestra pareja, ante una crítica de nuestro jefe o por la mirada del transeúnte amargado que nos perturba profundamente.
Luego
de reconocer la herida, viene el trabajo de sanarla.
Y luego el reinventarse.
Y luego el reinventarse.
Abandonar
la postura del niño lastimado, para asumir la del adulto que adopta
a ese pequeño y dejar por fin de culpar al destino de sus desdichas.
Dejar
de reclamarle al mundo lo que nos hubiese gustado recibir de nuestros
padres.
Agradecer
lo que sí recibimos.
Apropiarnos
de esos dones.
Definitivamente
nuestros padres nos dan qué hacer por un buen rato.
Y
con respecto de la segunda mitad…
Si
por cosas de la vida, no llegamos a avanzar en dicho proceso de
hacernos interiormente adultos, tranquilos!
-
Para eso están los hijos -
Tus
hijos se encargarán de devolverte a tu propia infancia. Harán que
te conectes con tu propio niño interior, para que vuelvas a sentir
la heridas que un día, siendo quizás muy pequeño, sufriste y que
aún no has llegado a sanar.
Esas que por años has ignorado o tratado de anestesiar, con la ayuda de atracones de dulces, de alcohol, de drogas, de compras, de Facebook, de Tinder, de trabajo…
Esas que por años has ignorado o tratado de anestesiar, con la ayuda de atracones de dulces, de alcohol, de drogas, de compras, de Facebook, de Tinder, de trabajo…
Visto
de la manera en que mi trabajo me ha enseñado a ver las cosas,
nuestros padres nos regalan la vida y al hacerlo, nos vinculan a la
historia de su propia infancia, a la historia de sus padres, sus
abuelos, sus bisabuelos…
Estamos
ligados a la historia de nuestra familia y recibimos de ella para
nuestra vida, dones y desafíos. De poder tomar en la mano esos dones
y enfrentar los desafíos, depende en buena medida nuestra capacidad
de abrirnos paso en el mundo y el poder encontrar nuestro camino.
Por
esto, es que tus hijos recibirán de ti aquello que hayas sabido
transformar durante tu vida en forma de dones y aquello que aún no
haya sido sanado, en forma de desafíos.
Así
que podrás verte al espejo al mirar a tus hijos.
Vas
a inquietarte porque tu hijo hace esto y aquello. Te inquieta porque
refleja eso que deambula en tu interior; eso que siempre ha estado
ahí causando incomodidad, porque aún no ha encontrado su lugar,
porque aún no lo has sanado.
Es
una oportunidad más que te regala la vida para sanar tus heridas.
Sentirlas de nuevo es entrar en contacto con el niño que en tu
cuerpo de adulto, sigue dolido y necesitado de amor y aceptación. Es
tener la posibilidad de transformarlas.
- Así
que tus hijos también son tus maestros. Cuando se te ha pasado
aprender algo que te tocaba, te lo recuerdan sin falta-
Entonces
le replicaría a mi sabio:
"Los padres son los maestros en la primera
mitad de la vida. De enseñarte lo que te todavía tienes por
aprender, se encargarán tus hijos".
* * *
El
trabajo de reconstrucción de la historia emocional de la familia y
de sanar las heridas del niño interior de mis consultantes – en
una gran mayoría migrantes en Alemania- es una parte crucial en el
tratamiento de muchos casos en los que a la par con la migración,
aparecen o se agudizan estados de ánimo depresivos, ansiedad, la
sensación de estar perdidos en la vida, entre otros síntomas.
En
próximas entregas ampliaré el tema de la influencia de la salud de
nuestro niño interior y de los vínculos con nuestros padres, sobre
nuestra capacidad de desplegar nuestro potencial y vivir una vida
satisfactoria.
Kommentare
Kommentar veröffentlichen